Daniel
J. Montoly (Montecristi, Republica Dominicana)
1969. Reside en Estados Unidos. Inicia sus inquietudes
literarias en el grupo cultural Cacibajagua de las
manos del poeta Carlos Gómez Doorlis. Parte de su obra
aparece en la antología titulada "Jóvenes Valores
Hispanos", editada por una institución norteamericana
y en el primer volumen de La Colección Sensibilidades,
donde figuró como autor invitado con una selección de
su poesía.
Recientemente
fue seleccionado por la Editorial El
Salvaje Refinado, en su antología de poesía, "Maestros
Desconocidos de la Poesía Contemporánea
hispanoamericana" y varios de sus poemas figuran en la
antología poética editada por Abraces Editores.
Su
poema " Detrás del brutal silencio" obtuvo el
segundo lugar en el concurso organizado por "La
Sociedad para el desarrollo de las artes latinas". Ha
figurado en la revista mexicana Novum, la Española
Gribalfaro, la colombiana Casa del Asterión, en el
suplemento Caribania de la misma y en varias revistas
electrónicas de diferentes países latinoamericanos.
Cuando
la vellonera
y los llantos de los neones del olvido
deambulen por tu cuerpo,
por favor léeme en la ceniza del cigarro
que se pasea por tus manos de vampiresa,
búscame en el desgarro de tus pupilas...
Espero escucharte decir: Some Times.
Yo
gnomo al fin,
me sentiré alegre curiosamente,
cruzaré los gélidos meridianos de la censura
a cubrirte con una hipótesis.
Se quebrará tu mutis en cuatro versos rítmicos
escritos por mí en tus papiros erectos,
empapelando tu futuro con anécdotas.
En
ese instante negarás haberme visto
llenar tus flancos con agua fresca,
suave y tibia.
Resonarán las huellas de tu líquido
corriendo por mi habitáculo
como reflujos o lluvias de jóvenes inquietudes
a morir en los acantilados de mi pecho.
Yo
seré el casto sacerdote de tu niebla,
ideólogo y creador de tus imágenes melancólicas,
poeta y dios. Nunca lo olvides,
que soy el orfebre de tus futuras vocaciones.
El Kama y Sutra de tus juegos sórdidos,
y tú serás mi auriga dentro y fuera
de este sueño angosto.
Si
oyes que la vellonera llora
cuando la música son los roces de los cuerpos,
si observas tres tragos y un poema dormir sobre la mesa,
nómbrame en el dialecto que prefiera tu vagina.
A
las mujeres y hombres nepaleses
que tratan de hacer algo más que sueños.
Son
las seis:
no sé si Katmandú duerme
o está despierta
aferrada a los gruesos párpados
de un Buda ceremonioso y cómplice.
Esta Katmandú:
mujer vejada por llevar úteros
y por ser reflejo de la luna.
Eterno cementerio de sombras analfabetas,
vadeado por los halos de humo
de los muertos incomprendidos,
que abandonan el mundo
montado en el rickshaw del misterio.
Dos gruesas pestañas rojas
bajan de tus cerros tristes:
la savia joven de Rukum y Rolpa,
que anegan los arrozales con futuros secos
debajo de las costillas salobres.
Tus uñas se hunden en el lodo diurno
por el linaje azaroso que te amordaza,
que te empobrece las médulas
de mujer oculta tras un manto sucio
con incienso lúgubre.
¡Oh, Katmandú!, lavas tu aura,
recoges tus vástagos dispersos
tras las huellas difusas de un Buda miserioso.
¡Levántate!, rompe en pedazos
este maldito silencio de siglos
que te ha circulado como mariposa grisácea,
y dejaras de ser
esa mancha negra sobre el fondo blanco
del Everest majestuoso que te inunda.
Iba
contigo escarabajo,
y me nacieron alas
en el camino del destierro.
Volé, Volé infatigablemente
hasta llegar al precipicio,
antes que aquello se hundiera,
pero el olvido metió sus manos, escarabajo,
y olvidé que la sombra de la esfinge
era yo mismo.
En mi propia soledad encuentro la muerte.
Me veo entre los glaciares ancestros
como pez fluyendo por los siglos
con la boca sin horizonte,
siempre en silencio sobre esta tierra,
asilo impertinente,
casa de diarias preocupaciones
para subsanar la herida de los labios
y el hondo peso de los hombres
encerrados en las trampas de sus personas.*